Capítulo 5: Bajo la Casa Cruz – El Corazón Resonante

El zumbido bajo las baldosas de la Casa Cruz se volvió una obsesión para Sofía. No era un simple murmullo; era una pulsación rítmica, un latido que parecía armonizar con la misma cadencia de las fluctuaciones electromagnéticas que emanaban del monte. Convencida de que la respuesta estaba debajo de sus pies, Sofía, con la ayuda de un viejo constructor local que conocía los secretos de las casonas antiguas, consiguió acceso al precario sótano de la Casa Cruz.

El aire era denso y húmedo, con un olor a tierra mojada y algo más, algo que Sofía no podía identificar pero que le recordaba la extraña fragancia que se sentía en los bordes de la zona de «dormientes» en el monte. El sótano, a primera vista, era solo un espacio de tierra apisonada y viejas herramientas oxidadas. Pero en el centro, bajo el punto donde se cruzaban las dos alas de la casa, Sofía descubrió algo inusual.

Descenso hacia lo desconocido

Era una gran losa de piedra, de un material que no reconocía, lisa y casi pulida por el tiempo. No se parecía a ninguna piedra común del Chaco. Alrededor de la losa, grabados en el suelo de tierra, había una serie de símbolos que se asemejaban a los que Ivan había dibujado en los márgenes de su libreta: círculos concéntricos, líneas que irradiaban hacia el exterior y pequeñas marcas que recordaban constelaciones. Sobre la losa misma, la resonancia era más fuerte, casi palpable.

Sofía intentó mover la losa, pero era demasiado pesada. El constructor, intrigado por su insistencia, consiguió una palanca. Con un crujido ancestral, la losa se movió, revelando una abertura oscura debajo. Un pozo de unos dos metros de profundidad, recubierto con la misma piedra inusual que la losa. El zumbido se intensificó, y un aire frío, extrañamente fresco a pesar del calor chaqueño, subió desde las profundidades.

Dentro del pozo, flotando en un medio gelatinoso y translúcido que emitía un suave resplandor bioluminiscente, había una estructura cristalina de varios metros de largo. No era un mineral que Sofía hubiera visto jamás. Pulsaba con una luz interna, enviando ondas de energía que parecían reverberar a través de la misma tierra. En las paredes del pozo, incrustadas en la piedra, había pequeñas incrustaciones que parecían metal, pero que Sofía intuyó que eran electrodos o conductores.

Fue entonces cuando lo comprendió. La Casa Cruz no era solo un concentrador; era una cámara de energía. La estructura cristalina era el «corazón resonante» del que Ivan había hablado en sus notas, el ancla de la red. El virus, Morbus Obscurum, no solo ponía a las personas en un sueño de piedra; también las convertía en una fuente de bioelectricidad, una forma de energía que era canalizada por esta estructura y enviada a través de la tierra hacia el monte. Los «dormientes» no desaparecían en el monte al azar; sus cuerpos estaban siendo utilizados para alimentar esta inmensa red energética, para «transmutar gradualmente el entorno», tal como Ivan había escrito. Era un sistema de vida, no un virus, sino un catalizador.

El «vasto y silencioso jardín» no era una metáfora. El monte, alimentado por esta energía bioeléctrica, estaba mutando. Las plantas se volvían más grandes, más densas, la biodiversidad se disparaba de forma antinatural. El «Sueño de Piedra» era el precio de una acelerada evolución del ecosistema, un macabro renacimiento impulsado por la energía vital de los humanos.

Nikolai Petrov: El Constructor Místico

La revelación del corazón resonante bajo la Casa Cruz llevó a Sofía a un nuevo sendero de investigación: Nikolai Petrov, el enigmático constructor búlgaro. Las leyendas locales lo pintaban como un hombre solitario, obsesionado con la numerología y las formas geométricas, que afirmaba recibir «mensajes divinos» para la construcción de la casa.

Sofía regresó a los archivos de inmigración y encontró algo que la dejó helada. Nikolai Petrov había llegado a Argentina en 1944, un año antes que Ivan Sokolov, pero ambos habían recalado en Buenos Aires antes de dirigirse al Chaco. Más importante aún, los registros mostraban que Petrov había sido un ingeniero civil y arquitecto en Bulgaria, especializado en estructuras complejas y, curiosamente, en el estudio de «corrientes telúricas» y «energías del subsuelo» – un campo que rozaba la pseudociencia en su época.

Fotografia

 

Sofía encontró una vieja fotografía de Petrov en los archivos. No era el rostro de un místico iluminado, sino el de un hombre de mirada intensa y calculada. Y había algo más: un leve, casi imperceptible, parecido familiar en la forma de sus ojos y la estructura de su mandíbula con ciertas fotografías de su bisabuelo Ivan.

¿Casualidad? ¿O era posible que Ivan y Nikolai no fueran simples desconocidos, sino que compartieran algo más profundo, tal vez un pasado en común en Europa? La idea de que el virus no solo hubiera sido traído por Ivan, sino que existiera un plan o una colaboración detrás de su manifestación en Sáenz Peña, le dio un escalofrío.

Las investigaciones de Petrov en Bulgaria incluían diseños de «antenas terrestres» para concentrar lo que él llamaba «la energía vital del éter». Sofía se dio cuenta de que la Casa Cruz, con su forma única y sus aljibes estratégicamente ubicados, era la materialización de uno de esos diseños. No era solo una casa, sino un dispositivo.

El «mensaje de Dios» de Petrov no era una revelación divina en el sentido tradicional, sino la instrucción para construir una máquina, quizás a partir de un conocimiento esotérico o, lo que era más probable, bajo la influencia o guía de una fuerza que ni siquiera él comprendía del todo. ¿Podría Petrov haber sido consciente del potencial del Morbus Obscurum y de la función de la Casa Cruz en su activación? ¿O fue simplemente un instrumento en un juego mucho más grande, un peón en una ajedrez biológica que trascendía la comprensión humana?

La novela apenas comenzaba a desentrañar el verdadero misterio. La guerra había dispersado a los portadores de un virus, y la tierra chaqueña, con su misticismo ancestral y su inmensa energía, había provisto el caldo de cultivo para una transformación impensable.

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